La era de las selfies, ¿el camino hacia la vida “a lo Ready Player One”?

La caída de un atleta y la indiferencia de un público que priorizó tomarle fotos y subirlas a las redes sociales nos pone ante la incertidumbre sobre el estado de situación de nuestras relaciones sociales, mediadas cada vez más por dichas redes que tejen nuevas relaciones, pantallas mediante.

Un episodio casi anecdótico (aunque no tanto) sucedió en la última jornada de los Juegos de la Commonwealth, celebrados en Australia y dejó abierta la puerta a un debate de plena actualidad.

En ocasión de la tradicional maratón de cierre del certamen, el atleta Callum Hawkins sufrió un colapso que le provocó reiteradas caídas, a poco de llegar a la meta.

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Más allá de este episodio que suele suceder en competencias de alto rendimiento (en este caso bajo un intenso sol y unos 30 grados de temperatura) el condimento fue la inacción del público que acompañaba la maratón: en lugar de colaborar con el atleta (que a solo dos kilómetros de la meta iba liderando la competencia), optaron por tomarle fotografías y videos.

Las palabras del organizador del evento, Mark Peters, dejaron entrever el dolor y la bronca ante el comportamiento del público:

Como muchos otros, he quedado conmocionado de ver a un maravilloso atleta como Callum derrumbarse en los últimos metros del maratón y también preocupado por el comportamiento de un pequeño grupo de espectadores que ha preferido hacer fotos.

Dejaremos de lado el debate sobre si el público debió o no auxiliar al maratonista; nos quedamos, en cambio, con su comportamiento en sí, que en lo personal hacen doler los ojos, la razón y también el corazón.

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El desplome de un atleta, la inacción de los espectadores… mejor dicho, la acción decidida de tomarle fotos y videos en vez de ayudarlo, denota un estado del comportamiento social contemporáneo que debe llamarnos la atención.

Esta particular actitud social no hace más que hacernos resonar el valor de la solidaridad en nuestra sociedad, uno de los temas que más nos ocupa en este espacio.

Dicho concepto tiene profundas raíces en el comportamiento humano, cuya conceptualización tal vez mejor desplegada fue la elaborada por Emile Durkheim, uno de los padres de la sociología moderna.

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Durkheim define a la solidaridad como la capacidad humana de compartir espacios comunes de su vida con personas que no necesariamente son parte de su círculo íntimo.

En la solidaridad se teje un andamiaje social que se va solidificando en tanto y en cuanto las distintas capacidades y saberes individuales se van interconectando en una estructura cada vez más variada y compleja.

En este plano de análisis, la solidaridad poco tiene que ver con el auxilio eventual, con la ayuda ocasional.

Es habitual que confundamos la solidaridad con la caridad o la ayuda eventual a quien necesita de nosotros. Sin embargo, cuando esa colaboración al necesitado se hace hábito sin dudas enhebra un tejido social mucho más concreto.

Etimológicamente la solidaridad refiere a lo sólido que puede ser una sociedad, al fortalecerse en base a consensos que la integren socialmente, consolidando un sistema social duradero y estable.

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Ante estos episodios de “fotografismo” y “selfiesmo” como los sucedidos en la maratón de la Commonwealth nos surge la duda sobre el estado de situación de la solidaridad de estos tiempos.

Pareciera que la cultura de las redes sociales nos están empujando a una nueva manera de vincularnos con el otro, priorizando estar en relación con ellos más por nuestra relación forjadas en las redes sociales que por nuestro vínculo cara a cara.

Sin caer en juicios apresurados, digamos que nuestra relaciones sociales están cambiando.

Lo hacen, al punto de poner en el plano de prioridades nuestros vínculos en complejas estructuras de diálogo a través de teléfonos celulares y computadoras, dejando por lo menos en un plano de igualdad dichos intercambios con relaciones “de cuerpo presente” con otros congéneres.

Por supuesto, que las redes sociales no tienen un componente estrictamente negativo.

Hemos contado, por ejemplo, el gran valor de ellas en la colaboración de la población con las víctimas de los atentados terroristas el extremismo en Europa.

La ayuda ofrecida a quienes buscaban refugio escapando de los terroristas fue un gran aporte de la redes.

Por eso remarcamos el rol de las redes sociales como sujeto de cambio de la relaciones sociales, aunque todavía cueste dimensionar sus consecuencias.

Por lo pronto, que un atleta haya caído dramáticamente sin que nadie lo ayude, ante un público que optó por tomarle fotos, no deja de preocupar.

Y nos deja una cierta sensación de preocupación ante el abandono físico que estamos practicando en nuestras relaciones interpersonales.

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Es decir, ¿cuántas de nuestras relaciones cara a cara estaremos dejando de lado para priorizar vínculos “pantalla a pantalla”?

O incluso, ¿cuántas relaciones personales estarán mediadas antes por las relaciones sociales en las redes que por vínculos en persona?

Sin dudas, la novela de Ernest Cline “Ready Player One” y la versión cinematográfica de Steven Spielberg tienen mucho para explicaron al respecto.

La virtualidad puede ser una fuga de la realidad, con altos costos que se pagan en la cotidianeidad de carne y hueso.

 

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